Si hoy por hoy la antigua civilización egipcia es un misterio en muchos puntos, no es de extrañar que hace unas cuantas décadas, el misterio se apoderara con mucha más fuerza de las tumbas y esta parte de la historia en general.
Quizá esto, junto al desconocimiento, fuera lo que originó la creencia de “la maldición del faraón”. Se pensaba que las tumbas habían sido preparadas mágicamente para acabar con todos y cada uno de los intrusos que osaran perturbar el sueño eterno de los faraones.
Muchas son las tumbas que se han identificado con este peligroso mito, pero hay una en particular que extendió la maldición llenando páginas de libros y prensa en todas las partes del mundo. Esa es la tumba del faraón de la XVIII dinastía, es decir, la tumba de Tutankamón.
Aunque muchos niegan tal maldición, lo cierto es que otros aseguran que el mismísimo Howard Carter habría encontrado un ostracon de arcilla en la entrada de la tumba que decía “la muerte golpeará con su bieldo a aquel que turbe el reposo del faraón”. Evidentemente estas no son pruebas suficientes para hablar de una maldición. No obstante, los hechos que se difundieron tras el descubrimiento acentuaron esta creencia.
Hay que decir que esta tumba era una de las mejores conservadas hasta el momento. Olvidada, completamente virgen, sin el paso previo de los ladrones de tumbas. Un auténtico tesoro en toda regla.
En marzo de 1923, tras cuatro meses de su apertura, Lord Carnarvon, encargado de financiar la expedición, sufrió la picadura de un mosquito, siendo infectado con erisipela. Murió así la primera persona asociada a esta maldición.
La prensa inglesa se puso a trabajar rápidamente en esta historia. Sacaron a la luz otras muertes como la del hermano de Lord Carnarvon, Audrey Herbert, que murió inexplicablemente en Londres. Arthur Mace, persona encargada de dar el último golpe al muro antes de entrar a la cámara funeraria, también murió en El Cairo sin ninguna explicación. Douglas Reid, encargado de radiografiar la momia, les siguió en este tétrico final. Asimismo, también murieron en poco tiempo la secretaria de Carter y un profesor canadiense que decidió estudiar la tumba junto a Carter.
A esta serie de muertes, se le añadieron otros acontecimientos, como el gran apagón que sufrió El Cairo en el momento de la muerte de Lord Carnarvon, o que la picadura del mismo se encontraba ubicada en el mismo lugar en el que la momia de Tutankamon tenía una herida.
Aunque la prensa estaba encantada con esta serie de muertes y coincidencias, lo cierto es que eran muchos los que ponían en duda la maldición. Al parecer, todo apunta a que fue un invento de la prensa sensacionalista de la época. En realidad, de las 58 personas que participaron en la apertura de la tumba y el sarcófago, tan sólo 8 perecieron en los siguientes doce años.
Muchos creen en la teoría que hablaría de un hongo que fue puesto en libertad al abrir la tumba. Es algo que no está comprobado, pero tampoco parece raro, pues lo cierto es que esos espacios cerrados durante tantísimos siglos pueden albergar tanto hongos como altos niveles de amoníaco, formaldehido y ácido sulfhídrico entre otros. Algo que podría causar grandes problemas de salud en cualquier persona que los inhalase.
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